Desde Valpuesta a Cabreros

ARTÍCULO DE OPINIÓN, POR GONZALO SANTONJA.

Texto extraído de nortecastilla.es

A sí es: desde Los Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, al norte de Burgos, en la comarca de Merindades, a las Paces de Cabreros, documento firmado en Cabreros del Monte, en Tierra de Campos, Valladolid. Se trata dos pueblos en la actualidad mínimos, con una densidad de habitantes por metro cuadrado (en total 9 y 79) más parecida a la de la Luna que a la de Nueva York, pero históricos, porque fijan el comienzo y el final de la época de orígenes de nuestras hablas romances, tema de la exposición que apenas hace unas horas acabamos de dejar montada en el corazón de la FIL para que el alud de visitantes que estos días invadirá Guadalajara conozca los registros iniciales del prodigio que nos une, hispanos de aquí y de allá por la señal de la lengua.

A tono con esa naturaleza del nacimiento, menor y entrañable, no hemos querido ninguna inauguración oficial. O sea, no habrá fotografías, corte de cintas ni discursos; tampoco sonará ninguna salva de aplausos, más o menos convencional, más o menos obligada, menos o nada entusiasta. Situada en un lugar estratégico de la FIL, la gente se encontrará con ella a la buena de Dios, guiada por el albur de sus pasos y no conducida por los consabidos alardes de la propaganda.
El español prendió y ha crecido así, por la voluntad libérrima de todos, sin subvenciones, ni alharacas, ni oficialidades, ni patrocinios.

Bien se sabe, aunque algunos todavía se obstinen en sostener teorías sin fundamento, que la edición de José M. Ruiz Asencio, Irene Ruiz Albi y Mauricio Herrero Jiménez de Los Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, empeño de años del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, ha puesto en su sitio ciertos tópicos interesados, desbaratados con textos exhaustivamente estudiados, localizados y fechados con una precisión absolutamente modélica. Ni una palabra descarriada, ninguna línea perdida. Las conclusiones, en fin, se imponen por su propia evidencia, sin necesidad de discusiones aldeanas.

A su vez, Las Paces de Cabreros sería, hoy por hoy, el primer documento oficial en romance de la cancillería castellana. Firmado el 26 de marzo de 1206, consagra el acuerdo alcanzado entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León para poner término a las disputas por las fortalezas de la dote de doña Berenguela de Castilla, hija del primer monarca y esposa que fue del segundo, matrimonio repetidamente condenado por Inocencio III, a cuyo juicio estaba ‘sub huius incesti specie’. Fruto de aquella conciliación, en Cabreros del Monte se aseguraron los derechos de Fernando III el Santo, bajo cuyo reinado fraguó la unión definitiva de ambas coronas, padre de Alfonso X el Sabio, lo que ya nos sitúa en la entronización del castellano. De ahí la importancia lingüística e histórica de ese documento.

Tal es la exposición, permítaseme recalcarlo, nada grandilocuente, que esta misma mañana pondrá a los mexicanos ante los orígenes del español de todos, certificando en Castilla la cuna del castellano.

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A sí es: desde Los Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, al norte de Burgos, en la comarca de Merindades, a las Paces de Cabreros, documento firmado en Cabreros del Monte, en Tierra de Campos, Valladolid. Se trata dos pueblos en la actualidad mínimos, con una densidad de habitantes por metro cuadrado (en total 9 y 79) más parecida a la de la Luna que a la de Nueva York, pero históricos, porque fijan el comienzo y el final de la época de orígenes de nuestras hablas romances, tema de la exposición que apenas hace unas horas acabamos de dejar montada en el corazón de la FIL para que el alud de visitantes que estos días invadirá Guadalajara conozca los registros iniciales del prodigio que nos une, hispanos de aquí y de allá por la señal de la lengua.
A tono con esa naturaleza del nacimiento, menor y entrañable, no hemos querido ninguna inauguración oficial. O sea, no habrá fotografías, corte de cintas ni discursos; tampoco sonará ninguna salva de aplausos, más o menos convencional, más o menos obligada, menos o nada entusiasta. Situada en un lugar estratégico de la FIL, la gente se encontrará con ella a la buena de Dios, guiada por el albur de sus pasos y no conducida por los consabidos alardes de la propaganda. El español prendió y ha crecido así, por la voluntad libérrima de todos, sin subvenciones, ni alharacas, ni oficialidades, ni patrocinios.
Bien se sabe, aunque algunos todavía se obstinen en sostener teorías sin fundamento, que la edición de José M. Ruiz Asencio, Irene Ruiz Albi y Mauricio Herrero Jiménez de Los Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, empeño de años del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, ha puesto en su sitio ciertos tópicos interesados, desbaratados con textos exhaustivamente estudiados, localizados y fechados con una precisión absolutamente modélica. Ni una palabra descarriada, ninguna línea perdida. Las conclusiones, en fin, se imponen por su propia evidencia, sin necesidad de discusiones aldeanas.
A su vez, Las Paces de Cabreros sería, hoy por hoy, el primer documento oficial en romance de la cancillería castellana. Firmado el 26 de marzo de 1206, consagra el acuerdo alcanzado entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León para poner término a las disputas por las fortalezas de la dote de doña Berenguela de Castilla, hija del primer monarca y esposa que fue del segundo, matrimonio repetidamente condenado por Inocencio III, a cuyo juicio estaba ‘sub huius incesti specie’. Fruto de aquella conciliación, en Cabreros del Monte se aseguraron los derechos de Fernando III el Santo, bajo cuyo reinado fraguó la unión definitiva de ambas coronas, padre de Alfonso X el Sabio, lo que ya nos sitúa en la entronización del castellano. De ahí la importancia lingüística e histórica de ese documento.
Tal es la exposición, permítaseme recalcarlo, nada grandilocuente, que esta misma mañana pondrá a los mexicanos ante los orígenes del español de todos, certificando en Castilla la cuna del castellano.

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