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CIRILO DAVILA / VALPUESTA
«En el valle de Valdegovía (Gobiaran), que comparten Álava y Burgos, se encuentra la aldea de Valpuesta. Hace mil años se comenzó a escribir allí un cartulario que, en la actualidad, es centro de atención de los estudiosos del idioma castellano porque pudiera ser su cuna». El franciscano Saturnino Ruiz de Loizaga habla de la historia del lugar, se deja mecer por los recuerdos de una época que fue dorada y concluye que estos documentos son anteriores a las glosas emilianenses de San Millán de la Cogolla. Y lo apunta sin estridencias, con esa diplomacia vaticana de la que tanto sabe este ratón de biblioteca que parece salido del libro “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco.
Los once habitantes de Valpuesta aguardan expectantes el desenlace de esta historia, que no es otra que una aldea en busca de su carta de naturaleza que la hace noble. Ahora vive más bien olvidada de las autoridades castellanas y mimada por las alavesas. Valpuesta tuvo el primer obispado del País Vasco, que abarcaba hasta la Ría de Bilbao. Sin embargo, los pasajes de su historia se han diluido «y ahora vamos consiguiendo recuperarla», admite Francisco Blanco, presidente de la Federación que agrupa a las asociaciones que se han unido para fomentar esta recuperación y preparar el 1.200 aniversario de esta aldea.
Sentado en un banco metálico, en el quicio de la puerta que da al lugar de reunión de estas asociaciones, antes almacén, el franciscano Ruiz de Loizaga tira del hilo para pegar la hebra que tan bien conoce. «El cartulario, o becerro gótico de Valpuesta, consta de 184 documentos. Los más antiguos se remontan a los años 804, 864, 875… y los más “recientes” a mediados del siglo XII. Este cartulario hacía la veces de acta contractual de donaciones y compraventas. La gente, por entonces muy crédula, ponía en práctica el dicho del Evangelio: a la Iglesia las cosas terrenas para adquirir las celestiales. Donaban hasta la módica gallina, como se recoge en un apartado».
Con la invasión árabe a través de Gibraltar, los habitantes de la península huyeron hacia el norte «para salvar lo poco que podían conservar». Se crea así en el año 804 la diócesis de Valpuesta, con sus enseres, rebaños bajo el impulso del rey Alfonso II. Dos de sus arcedianos llegaron a Papas (Alejandro VI y Adriano VI).
Del poeta Fabio
Valpuesta contaba entonces con 29 eclesiásticos y 15 canónigos… «Hay dolor que ves ahora, montes de soledad, mustio collado, fueron en un tiempo Valpuesta famosa». Saturnino Ruiz de Loizaga cita al poeta Fabio para buscar un apoyo en su narración personal, encontrando la complicidad del verso para certificar que sólo la hipoteca del tiempo ha echado polvo sobre este brillante pasado.
Este fraile, natural de Tuesta, y con ocho hermanos, llegó al cartulario de Valpuesta en su propio recorrido de fe. Había cursado la carrera de paleografía y diplomática para poder leer todo tipo de escritura desde el siglo X hasta el XV, desde la visigótica hasta la gálica. Supo de la existencia del cartulario, se acercó a él y terminó siendo con el tiempo su intérprete, al transcribir buena parte de él.
Así se fue construyendo la columna vertebral del castellano, con algunos vocablos, nombres propios, en euskera. Ruiz de Loizaga va recolocando en su exposición las piezas para ofrecer un mosaico común, la de un relato que le ha llevado a publicar varios libros.
Paleógrafo tal que detective y que busca aún en el Archivo de la Biblioteca del Vaticano nuevos acicates para reconocerse «un hombre feliz, realizado». Comparte así la vitalidad que viera, más bien admirara, de un genio llamado Oteiza. Era cuando Ruiz de Loizaga se reconocía joven, en el seminario de Arantzazu: «Yo era muy joven… Oteiza era extrovertido, daba gusto oírle hablar, incluidas sus extravagancias».
Llegó en 1964 a Roma, en el tránsito entre Juan XXIII y Pablo VI, y ahora, cada jueves, Ruiz de Loizaga va de caza, como él dice, a la Biblioteca del Vaticano. Un fondo documental al que se ha añadido ahora el morbo que supone el acceso a la Sala de la Inquisición, antes prohibida.
«La historia de muchos pueblos se explica a través de la cultura religiosa y es ahí donde el Archivo Vaticano tiene una importancia incomparable», comenta este franciscano, tras apagar uno de sus pitillos matutinos y saludar a doña Carmen, la encargada de la llave en Valpuesta.
Porque si bien la historia del cartulario empieza a ser conocida por el gran público, más allá del círculo filólogo, la iglesia que fue un día ombligo del primer obispado del País Vasco está en buena parte hecha una ruina.
La torre ofrece nueva cara tras la remodelación, pero el claustro vive en un quiero pero no puedo levantar la cabeza: «Si quitamos los ladrillos que sostienen los arcos, éstos se vendrían abajo», admite Blanco, que guarda para el año que viene, coincidiendo con el 1200 aniversario, una sorpresa de “cumpleaños”: «Convocaremos un concurso de graffiti para decorar estos muros de ladrillos».
Así, con más empeño que medios, Valpuesta levanta la cabeza. Hace dos años, Asier y Marta contrajeron matrimonio en esta colegiata, tras medio siglo cerrada a enlaces. Ahora, esta pareja ha tenido su primera hija y han hecho de Valpuesta causa en su vida en común.
«Tenemos socios hasta de Estados Unidos, aunque nos tienen olvidados aquí al lado, en el ayuntamiento de Berberena, al que pertenece Valpuesta».
Permitir que la gente del lugar pudiera ir a votar en las pasadas elecciones municipales o lograr la canalización del agua representó para su alcalde, Lorenzo Flores, casi retos personales.
En un punto geográfico donde Burgos y Araba son territorios siameses, Valpuesta, de cuya relevancia habla Ruiz de Loizaga hasta dejar colgado el tiempo en aquella mañana de setiembre de la conversación con el periodista: «Tuvo un protagonismo único y una dimensión histórica y cultural que se remonta a antes del año mil, con la erección del obispado de Valpuesta y los primeos vagidos del idioma castellano. Sin olvidar que por aquí pasó el primer camino de Santiago».
Luego llegaría la Divina Comedia, que dejó escrito: «La más maravillosa peregrinación que un cristiano haya podido hacer antes de su muertes». Quizás por eso es por lo que esculpida en piedra aparece en una casa señorial de Valpuesta la máxima de toda vida: “Vive bien que has de morir”.