Valdegovía mestiza

¿No saben donde ir en Semana Santa? Conozcan Valdegovía. No se arrepentirán. Esta es mi invitación.

Algunos árboles, como los arces, comienzan a aflorar en un mar verde de pinos silvestres y encinares, cuando se baja en coche el puerto de La Horca que une Bóveda con Pantaleón de Losa, el límite más occidental de Álava con Burgos. Es un momento mágico de la primavera.

En las cumbres altas, la hayas siguen desnudas. En otoño suelen estar en su esplendor, pero este es un paisaje mestizo y diverso en cualquier estación. Como diría el historiador Antonio Rivera, es tierra de frontera que cruje, que cambia.

Un rojo con matices, el de los atardeceres que se pueden ver desde Vitoria, suaviza el final de los días claros. Son dos de los fugaces espectáculos que concede graciosamente la naturaleza en Valdegovía, el municipio más grande -21.617 hectáreas,- después de Vitoria y el más despoblado de la pequeña Álava -poco más de mil habitantes-. Pero hay muchos más.

Como una península rodeada de territorio castellano escoltada por montes de altitud media pero de impresionantes cresterías como Peña Karria, que divide dos cuencas fluviales, la del Purón y la del Omecillo, esta comarca es una simbiosis singular de historia y naturaleza, una caja de sorpresas, a veces monumentales, y a menudo domésticas y sencillas. Pero todo está siempre envuelto en una variedad de paisajes, con la huella del hombre bien marcada, muy difícil de encontrar. Dicen que Álava posee el mayor índice de biodiversidad de Europa gracias a su latitud y a sus diferentes climas.

Aquí se encuentran, por ejemplo, 500 especies vegetales distintas en la zona del parque de Valderejo.

El tiempo parece detenido El aislamiento se percibe al ver muy pocos vehículos por la carretera a Bóveda tomada por jubilados que pasean. Y por si esa sensación no fuera suficiente para recomendar un viaje basta perderse y pasear por cualquiera de la treintena de aldeas que componen el municipio para darse de bruces con un impresionante legado arquitectónico, artístico y etnográfico.

Lo difícil es encontrar gente, especialmente en invierno. Decía Josep Pla que uno «viaja para ver las llamadas cosas inútiles del mundo -que son las únicas importantes-». Pues bien, Valdegovía es destino para encontrar muchas de ellas. Hemos citado el punto más occidental, la salida hacia los valles burgaleses de Losa y Tobalina, por cierto de características parecidas, pero el arranque de esta ruta recomendada queremos empezarla en Tuesta, muy cerca de otro lugar especial, Salinas de Añana, que como su nombre indica, posee uno de los paisajes ligados a la sal más espectaculares de la península.

De Vitoria a Tuesta hay unos 35 kilómetros por la carretera comarcal de Pobes y Nanclares. Su iglesia levantada a finales del XII y principios del XIII es visita obligada. Junto a Estíbaliz y Armentia representa lo más sofisticado del enorme románico alavés. El ábside poligonal y la cruz templaria que remata una clave, el torreón defensivo que fue derruido en la restauración de los años ochenta y la iconografía guerrera hace de este templo el centro geográfico de la presencia de la orden en Álava. Pero este templo es, sobre todo, una ventana abierta al siglo XIII, con más de 100 animales y 200 figuras humanas que retratan aquel momento.

La geografía no sigue un relato histórico. Más bien da saltos en el tiempo. Espejo, la siguiente parada, ha sido siempre el pueblo de los servicios del municipio, de la tienda-estanco que vende de todo, el médico, y la panadería con sus tortas de manteca.

Cruzado por la antigua carretera del Señorío que une Bilbao con Pancorbo a través del puerto de Orduña, la autopista Vasco-Aragonesa lo transformó de lugar de paso obligado a sitio al que hay que ir y frenó su crecimiento. Además de la casa torre de los Hurtado de Mendoza y del formidable paseo hacia el pueblo de Barrio, otro de esos rincones con magia, donde aún pueden verse a las vacas bajar del monte, beber en el abrevadero de la plaza y marcharse cada una a su cuadra, en el restaurante Txako se pueden degustar unas soberbias alubias.

Otro salto en el tiempo se hace al llegar a la casa torre de los Varona, en Villanañe, que además de museo histórico de la comarca y del conjunto fortificado -con foso incluido- mejor conservado de Álava, tiene muchos secretos por descubrir. Conocer al último señor de un linaje que lleva en el mismo lugar desde el siglo VII es uno de ellos .

Concretamente, el descendiente número 40 del almirante visigodo Ruy Pérez. Muchas de las cosas que se muestran en las dependencias visitables del palacio son las primeras que hubo en la provincia, como un gramófono de 1920 o una curiosa máquina calculadora. Se puede recorrer mediante los objetos el esplendor de la aristocracia de la tierra y su metamorfosis para adaptarse a cada tiempo. Aquí se refugiaron reyes como don Pelayo y se guarda el crucifijo que Juan de Austria llevó en la batalla de Lepanto.

El santuario de Angosto, a dos kilómetros de Villanañe, une la grandiosidad de los bosques de encina y de pino albar a un espléndido río salvaje como el Tumecillo y la leyenda de una virgen que se apareció a un pastor en el siglo XI. Muy cerca en Caranca, un yacimiento arqueológico de primera magnitud, el castro de Lastra nos habla de la época prerromana. Muy próximo está también Astúlez con un castillo roqueño que nos recuerda de nuevo los tiempos de la reconquista. A unos kilómetros, la belleza de la simpleza del románico más puro: san Juan de Cárcamo con una curiosa inscripción sobre el císter.

Otro salto en la historia, ligado a la presencia de los reyes astures en estas tierras, es la aparición de los primeros repobladores cristianos tras la expulsión de los árabes. Valpuesta, una aldea en el mismo valle, de administración burgalesa, refleja otro momento. Dos años después de la fundación del Obispado de Oviedo (802) se crea este de Valpuesta con administración sobre gran parte del País Vasco, Cantabria y La Rioja. Sólo duró 200 años, pero ese tiempo bastó para documentar algo sorprendente : el castellanop nació en estas tierras de frontera. Dos siglos antes que San Millán de la Cogolla, los monjes del valle escribieron en lengua romance. Lo hicieron en los famosos cartularios, manuscritos en piel de becerro que registraban las propiedades del monasterio y que colocan a este enclave como la cuna original del castellano.

Su colegiata, a pesar de su mal estado y algunos edificios civiles dan muestra de ese espléndido pasado.

Antes de llegar a Valpuesta aparece otra de las singularidades del paisaje de Valdegovía: haberse conservado inalterable a la presión agrícola y a la concentración parcelaria. Se trata de unas 1.340 hectáreas de cultivos entre Quejo, Gurendes y Villabuena, que conservan sus características originales. Los setos, los ribazos y las pequeñas fincas rezuman el sabor añejo del campo. Si se sigue la carretera hacia Bóveda volvemos a encontrarnos reflejos de los orígenes. En Corro y Pinedo, cuevas de eremitas cuya visita, bien señalizada, es un paseo delicioso entre bosques. Muy cerca, San Román de Tobillas es la decana de las iglesias en pie de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Nace prerrománica, en el siglo IX y va añdiendo capas a su exquisita pequeñez hasta convertirla en algo singular.

Pero si hay algo por lo que no se puede dejar de visitar este municipio es por el parque natural de Valderejo. Con apenas 3.000 hectáreas, este espacio natural es fruto del aislamiento y del abandono de la tierra de sus vecinos que emigraron dadas las durísimas condiciones de vida en un lugar de montaña. Paradójicamente, allí donde el hombre ha desaparecido emerge la naturaleza con más pasión si cabe. Dos de sus pueblos están abandonados. Uno de ellos, Ribera, posee uno de los conjuntos pictóricos medievales más interesantes de Álava.

La vegetación de Valderejo es mixta como su paisaje. Hay hayedos, robledales y pinares, ejemplares de serval y avellanos. También la fauna es generosa. Aquí ha puesto su nido una de las colonias más importantes de buitre leonado. Pero es en los paseos donde el parque muestra una variedad de destinos. Especialmente destacable es el desfiladero del río Purón que cruza el valle y se adentra en territorio burgalés por un profundo barranco que se puede recorrer por lugares horadados en la roca.

De Valderejo, los vecinos de Valdegovía han aprendido una gan lección. Que la declaración de parque natural salvó al valle del olvido. Ahora reclaman una ampliación que prácticamente convertiría en zona protegida todo Valdegovía. Méritos le sobran. Hay pocos rincones en el mundo que se le puedan comparar. Vayan a Barrio. Allí las vacas tienen nombre y viven abajo, en la cuadra de la casa. Al atardecer vienen cansinas a buscar alimento, como otras vecinas más. El tiempo, la vida va a otro ritmo.

Foto de Alvar Astulez cogida de Flickr
Texto escrito por: Francisco Góngora.

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