Ganador del I certamen de relatos cortos organizado por la A.C. Amigos de Valpuesta

Publicado por cortesía de la Asociación Cultural de Amigos de Valpuesta.

Autor: Asier Ibarrondo.

Recuperar Valpuesta.

Acababa de llegar. Mi compromiso matrimonial con la hija del Pepín me llevó a Valpuesta hace menos de seis meses. Ahora, tenía a todo el pueblo a mis espaldas.

Bueno, esta es una forma de hablar. Eran las doce del mediodía. La hora señalada, y había una treintena personas con la nariz pegada a mi nuca, pendientes del ordenador encendido delante de mí.
– Son las 12 y dos minutos, dale a F5, refresca, refresca la pantalla.
 
 
¿Refrescar? ¿Me está diciendo, a sus ochenta años, qué tengo que hacer en Internet? ¿Y encima me informa de cuáles son los atajos de teclado para conseguir antes mi objetivo? Definitivamente me había hecho una imagen equivocada de la gente que habitaba este pueblillo. Pero bueno, ya tendré tiempo de saber quién es quién.
Era Rodrigo quien me dijo que refrescara la pantalla. Ochenta años. Los ochenta en Valpuesta. Creo que sólo la colegiata y un par de casas llevaban más tiempo aquí que él. Curiosamente, su casa era la más moderna de todas. Postmoderna, corregía él.
 

 

 

Le hice caso. Y apareció la respuesta.
– Jhonson & Privolov, dije con un tono definidor.
– ¿Y quién coño son? Gritó una voz femenina desde el final de grupo.
– ¡Busca en Google!, ¡Busca ya! Evidentemente, éste era Rodrigo.
Busqué en Google. ¿Para qué me necesitaban si tenían a Rodrigo? Lo supe. Yo era prescindible. Necesitaban mi ordenador con conexión 3G. ¡Ah! Y alguien que haga el trabajo.
– Aquí está. Y leí textual: Jhonson & Privolov. Grupo de capital riesgo. Famoso por el apoyo financiero a proyectos especulativos en el norte de Europa. Tras aportar el dinero necesario para la apertura en Praga la discoteca más grande de Centro Europa y diversos centros de ocio por Berlín, Budapest, Varsovia y Reikiavik, ahora centraban sus miras en el sur del continente, con nuevos proyectos en Italia, Francia, España y Portugal.
– ¡Ya tuvo que venir el puto nuevo, a traer consigo la mala suerte!
Era la voz inconfundible de Marianela, la única capaz de articular palabra. Escupía veneno cada vez que hablaba. Y evidentemente, como no entendía nada, me echaba la culpa a mí y a la mala suerte.
El resto del auditorio se había quedado mudo.
Lo cierto es que la mala suerte nada tenía que ver con lo que pasaba. El obispado de Burgos había abandonado a su suerte, una vez más, a Valpuesta.
La historia se remonta a un par de años atrás. Un nuevo proyecto de ley promovido por el partido en el poder, declaraba susceptible de ser comprada cualquier posesión de la iglesia que ésta no mantuviese en condiciones mínimas. Cualquiera podía adquirir una posesión clerical que amenazara ruina. Sólo debía presentar un plan de recuperación y los avales necesarios para sacar adelante el proyecto. Además debía compensar al propietario con el valor que marcara el ‘Registro oficial de bienes de interés general’.
El precio que aparecía en dicho registro nunca era demasiado elevado. En realidad no era más que el precio del inmueble declarado en el catastro. A mayor valor, más impuestos debía pagar la iglesia en la declaración de la renta. Así que ésta nunca había prestado demasiada atención ante el valor real de sus inmuebles y el que aparecía en el registro. Ahora, la jugada se les había vuelto en contra.
La Colegiata de Valpuesta, evidentemente, cumplía con todos los requisitos para ser adquirida por algún loco especulador.
Amenazaba ruina desde hacía años. La Asociación Cultural de Amigos de Valpuesta y la Junta Administrativa lo denunciaron durante décadas, hasta que se cansaron de predicar en el desierto.
Cuando se derrumbó el claustro, también se cayeron sus aspiraciones. El hartazgo pudo con la voluntad de una gente que trabajó a destajo, con buena intención, pero sin demasiado éxito. Burgos estaba demasiado lejos, Valladolid no digamos, y Álava demasiado cerca. Los políticos, su dejadez y los malditos celos entre partidos políticos y comunidades autónomas, convirtieron la recuperación de la colegiata de Valpuesta en una misión imposible.
Pero nadie en el pueblo esperaba que alguien se hiciera con la colegiata. Calcular sólo el presupuesto que había que emplear para arreglarla resultaba suficiente para pensar que no iba a ocurrir.
Hasta que pasó. Los nuevos ricos de la Europa del Este vieron una oportunidad de negocio. El problema para ellos no era nunca el dinero. Y Valpuesta cuadraba en sus planes. Podían abrir un centro de ocio en un lugar histórico estratégicamente situado entre todas las grandes ciudades del norte de España.
Además, tuvieron dos años para comprar, sin hacer demasiado ruido, miles de hectáreas alrededor para construir hoteles, salas de juego y un sinfín de centros de ocio complementarios. Fueron los dos años que el obispado de Burgos tenía, según la ley gubernamental, para igualar la oferta por el inmueble.
Hoy era 12 de octubre, a las doce del mediodía. El plazo expiraba justo ahora y, por fin, la web de la Agencia Tributaria desvelaba el nombre del nuevo propietario de la Colegiata de Valpuesta. Al tiempo, sacaba la luz las vergüenzas de un obispado incapaz de mover un dedo para mantener una de sus principales posesiones.
– Un puticlub. No me jodas. Me van a poner un puticlub en la Colegiata. La culpa es tuya, que no has hecho nada.
– ¿Pero qué coño he hecho yo? dije mientras me giraba. Entonces comprobé que las iras de Marianela, esta vez, iban dirigidas al alcalde.
– No entiendes nada, dijo Onofre –el alcalde- con voz de Angustia. Me voy a casa, a pensar algo que hacer. Mañana convocaré a la junta para tomar medidas. Bueno. Estamos todos aquí, así que ya sabéis: mañana a las doce en el txoko. Tenemos 24 horas para pensar qué hacemos.
Onofre era una buena persona, pero se venía abajo enseguida. Había tomado las riendas del pueblo cuando Julen dejó la alcaldía, hace casi diez años. Durante ese tiempo, las cañerías del agua dejaron de funcionar correctamente. En repetidas ocasiones el agua salía marrón por el grifo. Además, las hierbas se amontonaban junto al camino y el ganado campaba regularmente por el pueblo dejando –claro-, un fuerte olor.
 
“Yo no valgo para alcalde. Mira qué marrón. Me convencieron para presentarme porque no había más candidatos, pero esto no es lo mío. Yo llevo las cuentas. Soy contable. Para eso sí. Pero para ver cómo me montan una discoteca en las narices… para eso no estoy preparado”.
 
Se fustigaba en silencio.
Llegó el día siguiente y la Junta Administrativa de Valpuesta se reunió en el txoko. Era una Asamblea General Extraordinaria con único punto del día: Análisis del nuevo proyecto de instalación de un centro de ocio en el pueblo.
Ahí se habló durante horas, pero no se llegó a ningún acuerdo. Finalmente se decidió enviar un escrito al obispado mostrando el malestar de los fieles y una carta a la Junta de Castilla y León para solicitar más información.
– ¿Y eso es todo? ¡Pues vaya mierda!, gritó Cristina.
– ¿Esperabas algo, acaso?
La última en hablar era Irene, una burgalesa llegada al pueblo a mediados de los noventa. Irene y Cristina eran dos de las mujeres de Valpuesta. Una castellana y una gallega de armas tomar. Éstas, a diferencia de Marianela, sí acostumbraban a entender las nuevas situaciones, y a encontrar soluciones.
Y lo que vieron fue que, al mismo tiempo que la Junta se reunía, llegaron a Valpuesta los primeros camiones con material para la restauración de la Colegiata. También llegó un camión con un cartel de neón que anunciaba el mayor centro de juego y ocio de España. La cosa iba en serio.
– ¡Estamos jodidos!, lamentó Marianela.
– Ya veremos, le corrigieron al tiempo Cristina e Irene.
Las mujeres de Valpuesta era una asociación no reglada de una docena de hembras que se reunían regularmente. Todas las semanas daban buena cuenta de un par de botellas de patxaran casero mientras duraba su partida de brisca. Además, se juntaban para acciones varias, como limpiar la iglesia, organizar la fiesta del 15 de agosto o acudir esporádicamente a ver una obra del teatro, en Bilbao, Donosti o Vitoria. Una vez fueron a Madrid. Todos sospechaban que se fueron ‘de chicos’ más que de teatro, pero nadie –ni sus maridos- se atrevió a preguntar.
Ellas también tuvieron su reunión de urgencia. Pero no fue una reunión extraordinaria. Sacaron el patxaran, las cartas, y jugaron a la brisca. Entre tanto y tanto pensaron qué hacer. Decidieron no hacer nada. Estaban hartas de los hombres y de que no fueran capaces de sacar el pueblo adelante. En su actitud se notaba cierta dosis de decepción. Aunque con esta actitud pasota comprometían la paz y la tranquilidad, el verdadero valor que, junto a su amistad, tenía el pueblo.
Los camiones se llegaban a razón de treinta a la semana. Centenares de obreros trabajaron para recuperar un edificio que, siendo realistas, comenzaba a mostrar el que podía haber sido su aspecto en el siglo XVIII.
La Junta de Castilla respondió a la carta de la Junta, y aseguraba que Jhonson & Privolov presentaban un proyecto absolutamente legal, que sus planes estaban muy lejos de fomentar la prostitución y que, por el contrario, la apertura de un centro de ocio podía suponer un impulso económico a una zona castigada por el cierre de la central nuclear de Garoña.
En realidad Garoña no se había cerrado. Había sucumbido ante el cese de actividad indefinido decretado por sus trabajadores. Nadie quería trabajar ahí desde que a Obdulio, jefe de máquinas, se le había caído un testículo al suelo y a su mujer le salió la tercera teta. Los médicos juraban que ambos sucesos no tenían nada que ver con la radioactividad. Pero ya era casualidad que le hubieran ocurrido a la única pareja que llevaba más de una década trabajando en la central.
Pasaron tres años. La junta Administrativa se reunió con los representantes de más de una decena de instituciones que se fueron lavando las manos mientras la obra concluyó.
Ahí estaba la colegiata. Espléndida. Maravillosa. Restaurada.
– Manda narices que los rusos hayan sido capaces en tres años de hacer lo que la Junta de Castilla y León y el obispado no pudieron –o quisieron- durante décadas, dijo Onofre.
– Es lo que hay. Querer es poder, lamentó Julián.
A Julián le dolía especialmente. Había sido presidente de la Asociación Cultural durante quince años. Quince exposiciones de fotos, quince de setas y más de cuarenta charlas en el txoko. Cerca de quinientos artículos en prensa. Esos fueron sus logros. Pero le quedaba la espinita de no haber podido recuperar la iglesia. Su único consuelo, que el plan director elaborado por la Asociación había sido la base sobre la cuál Jhonson & Privolov desarrolló el proyecto de restauración.
Por ello, la Colegiata seguía pareciendo la colegiata, recuperaba su aspecto original y no había caído en las garras de un arquitecto post-moderno que la quisiera recuperar con cemento blanco, placas de titanio ni similar, en aras de la post-modernidad.
Y llegó el día de la inauguración. John Privolov había llegado desde Praga, en avión privado. En realidad se llamaba Vladimir, pero se hacía llamar John porque le parecía más cool.
 
El Presidente de la Junta de Castilla y León vino a hacerse la foto –el muy traidor- junto a los nuevos inversores. También más setenta medios de comunicación quisieron retratar en sus páginas de periódico o programas de radio tan magnífico momento.
Eran las doce, esta vez de la noche, y las puertas se abrieron. Pero las luces no se encendieron.
Un guardaespaldas de John Privolov entró a ver qué ocurría. Salió del recinto y dijo: “Aquí no hay nadie”.
Nadie entendía nada. Clientes sí había. Casi ocho mil invitados VIP llegados de todos los rincones de España. Pero ni camareros, ni go gos, ni disc jockeys, ni nadie.
– ¿Alguien sabe qué pasa? Dijo a gritos el presidente de la Junta, viendo el terrible ridículo que estaba haciendo ante la prensa.
– ¡Pues qué va a pasar!, respondió Irene. ¡Que ayer fue patatas!
– ¿Y?
– Pues que para trabajar en la disco han contratado a trabajadores de la zona. Tienen que hacerlo. Les obliga el acuerdo firmado con el gobierno.
– ¿Y? John Privolov no entendía nada.
– Pues que aquí se recoge la patata en estas fechas. Y los chavales trabajarán donde quieran, pero las patatas hay que recogerlas. Y esa tradición, de más de un siglo, no se la salta un bosnio ni un polaco, por mucha pasta y mucha discoteca que traiga.
– ¿Y?
– Pues que si quiere abrir la disco, tendrá que esperar a octubre, porque ahora mismo los chavales no pueden ni con el alma. Para bailar no están, y mucho menos para servir copas.
Jhonson & Privolov se vio obligado a negociar. Cuando no había patatas, había que arar, y cuando no recoger el trigo, y cuando no eran fiestas de San Millán. Así resultaba imposible convertir a la Colegiata de Valpuesta en un negocio rentable.
Privolov habló con los responsables de la Junta de Castilla y León, con el obispo y con Onofre, alcalde de Valpuesta. Y de la misma supo qué hacer: Negoció con la asamblea de mujeres.
Entre todos encontraron una solución. Ahora, la colegiata es un estudio de grabación puntero. La acústica es inmejorable y los equipos llevados para construir la discoteca eran lo último de lo último.
Y con todo el escándalo del día de la presentación, publicidad tampoco faltó.
Hace tres años que me casé con la hija de Pepín. En este tiempo he conocido a centenares de grupos. Me quedo con Madonna. ¡Pero cómo puede seguir cantando y bailando! Es una máquina.
Quién me iba a decir cuando llegué, que en este pueblo con cuatro habitantes iban a pasar tantas cosas.
Y quién le iba a decir a las mujeres de Valpuesta que ahora jugarían a la brisca en la capilla de la colegiata, con una botella de patxaran y otra de vodka, cortesía de John Privolov.

 

 

3 thoughts on “Ganador del I certamen de relatos cortos organizado por la A.C. Amigos de Valpuesta

  1. Eugenio

    Excelente el texto de Asier Ibarrondo. Siendo yo un oriundo de un país al sur de América (Chile), he seguido con interés la información que existe del pueblo de Valpuesta, y, a través de este texto, entiendo que las cosas no pasan más allá de las muchas buenas intenciones de su gente y del poco y ningún apoyo de las autoridades centrales de la provincia ni de la región para con este histórico pueblo.
    Felicitaciones para Asier y para la Asociación Cultural de los Amigos de Valpuesta.

  2. Pingback: El misterioso Puente del Cubo | Valpuesta.com

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