Balbuceos en castellano desde Valpuesta

M. Martín (ical) / Valladolid

La estampa actual que ofrece Valpuesta, situada en la comarca burgalesa de Las Merindades, en el límite provincial con Álava, no dista mucho de la de cualquier otro pequeño municipio de la periferia castellana y leonesa. Los habitantes censados no llegan a diez y los que aún permanecen sufren la ausencia de recursos de todo tipo que nunca llegan a las zonas rurales más desfavorecidas.

Aunque el abandono es palpable en sus casas deshabitadas y sus calles sin asfaltar, los valpostanos se saben herederos de un patrimonio histórico que ningún otro pueblo puede lucir y es que, según han ratificado los últimos estudios paleográficos y filológicos, fue en el seno del antiguo Obispado de Valpuesta donde se escribieron las primeras palabras en castellano, a finales del siglo IX: «Fue aquí», afirma Nati, una de las vecinas que se ocupa de abrir la colegiata gótica a los muchos turistas que se acercan hasta este lejano enclave de la geografía de Castilla y León y que «protestan por el estado de la iglesia».

Y es que, entre los vecinos, al orgullo por convivir junto al que antaño fuera un destacado patrimonio monumental del que apenas se mantiene en pie una iglesia, antes monasterio, se une, con la misma intensidad, el desánimo por la acumulación de siglos de olvido y desidia, que han llevado a este templo a un estado lamentable, ruinoso, que pide a gritos la intervención de las instituciones para evitar que un punto histórica y estratégicamente tan importante recupere el esplendor que ostentó antaño.

No llamar la atención. De hecho, Valpuesta fue el lugar elegido en el año 804 por el prelado Juan para fundar el que sería el segundo Obispado de la Reconquista y cuya influencia se extendería desde el Cantábrico hasta casi el Duero. La elección de este remoto lugar se debió al interés de los monjes por «no llamar la atención» y por instalarse en un «sitio protegido, abrigado, con agua y lejos de las algaras musulmanas», explica Benito Poves Lacalle, patrono de la Fundación Cantera Burgos de Miranda de Ebro, institución que, entre otros fines, lidera la reivindicación de Valpuesta como cuna del castellano.

De cualquier modo, según apunta el periodista mirandés Nicolás Dulanto Sarralde en su estudio Valpuesta, la cuna del castellano escrito, este municipio burgalés llegó a ser la primera sede episcopal del reino astur en su zona oriental, aunque a finales del siglo XI perdió su jurisdicción en favor de otras de nueva creación, de modo que el monasterio y el obispado quedaron convertidos en arcedianato y después en colegiata. En el siglo XIV, se levantó el actual templo gótico, que vivió varios siglos de esplendor, truncados por la invasión francesa y la posterior desamortización del XIX.

En 1813, la ‘francesada’ llegó hasta Valpuesta, según recuerda un escrito en el interior de la Colegiata. Los soldados de Napoleón arrasaron con todos los manuscritos de la biblioteca, con los que hicieron una hoguera para calentarse. Entre el escaso patrimonio literario que dejaron intacto quedaron milagrosamente los dos Cartularios de la antigua Diócesis, el Gótico y el Galicano, permitiendo que siglos más tarde fueran recuperados y estudiados, en un primer momento por filólogos extranjeros y luego por españoles, que descubrieron «unos rasgos escritos en castellano balbuceante», puntualiza Jesús Ángel Sáez Redondo, patrono y portavoz de la Fundación Cantera Burgos, cuya antigüedad los situaría como los primeros documentos en este idioma, mucho antes de que se escribieran las Glosas de San Millán de la Cogolla (La Rioja). Ambos códices se conservan en el Archivo Histórico Nacional de Madrid y continúan siendo objeto de estudio.

Primeros pasos. Todos estos estudios constituyen el «aval científico» que necesitaba Valpuesta para iniciar una reivindicación que consideran de justicia: promocionar esta localidad como cuna del castellano. Sin embargo, ya consideran consolidado el hecho científico de que, hoy por hoy, los cartularios valpostanos son los documentos más antiguos conocidos con palabras en castellano.

Una vez conseguido este primer paso, quedan otros dos: el apoyo institucional y el empresarial, ambos necesarios, a juicio de la Fundación Cantera, para situar a Valpuesta en el lugar del mapa histórico que le pertenece por derecho.

En este sentido, en 1992, la Junta declaró la iglesia valpostana y su conjunto monumental de interés artístico y cultural y recientemente se han restaurado las vidrieras y el retablo de la Colegiata, además de la torre. «Hasta hace tres años llegabas y se te caía el alma a los pies», admite Benito Poves. Ahora, las partes rehabilitadas dan lugar a la esperanza, aunque el trabajo pendiente todavía gana la batalla.

Pero lo que verdaderamente alarma es el claustro, cuyos arcos se han cubierto con muros de ladrillos para evitar su derrumbe, colocados a iniciativa de la asociación Vallis-Posita y decorados con graffitis reivindicativos para suavizar el impacto estético que provocaría el ladrillo desnudo. «Esto cualquier día se viene abajo», sostiene Carmen, la segunda vecina-guía turística de Valpuesta.

Pese a todo, desde la Fundación hablan con optimismo acerca del futuro de Valpuesta. De hecho, el preámbulo de la propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía hace referencia a «las huellas más primitivas del castellano», aludiendo como los primeros testimonios escritos «al Becerro Gótico de Valpuesta» y a la ‘Nodicia de Kesos’ del Monasterio leonés de los Santos Justo y Pastor de Rozuela.

Además, desde la Junta se está trabajando en un Plan Director para poner en valor la Colegiata «y todo lo que lleva consigo en cuanto a su importancia histórica y el origen del castellano», explica Jesús Ángel Sáez, y también se avanza en la creación de la Fundación Valpuesta, cuna del castellano, en la que se integrarán tanto las instituciones implicadas junto a las asociaciones impulsoras.

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